Cuando Zinco llegó a nosotros, se encontraba en un estado difícil: tejía, corcoveaba y mordía, comportamientos que mostraban claramente lo mucho que había sufrido por el estrés, el dolor o la falta de cuidados. Apenas estaba cuerdo y estaba completamente destrozado por dentro. Después de castrarlo, empezó a cambiar lenta y cuidadosamente. Le di tiempo. Y espacio. Y otros caballos. Poco a poco, fue abriéndose y aprendiendo a ser un caballo de nuevo.

Hoy, Zinco vive como un jubilado feliz en nuestra manada. Disfruta de la tranquilidad, de sus amigos los caballos, del sol en la espalda y de la seguridad de haber llegado. Es el jefe de la manada (con su compañera Bora) y su sola presencia establece las disputas con calma y firmeza, ¡nunca un gesto injusto!